Durante mucho tiempo mantuve encerradas en una cajita de cristal a 500 mariposas de colores diferentes, cada una dueña de una emoción especial.
Mis mariposas, eran diferentes a las mariposas que existen en el resto del universo, ellas sabían abrir la cajita de cristal cuando él aparecía frente a mi, o cuando a lo lejos escuchaba su risa o veía algo que tenía su toque personal.
Al salir de su cajita ellas revoloteaban a mi alrededor en señal de que mis emociones más puras y fascinantes eran desatadas por el misterioso caballero.
Sin embargo, un día sin previo aviso, mientras él y yo hablábamos y mis mariposas revoloteaban como de costumbre a mi alrededor, haciendo que el mundo se viera de múltiples colores, sentí como si de pronto perdiera una parte de mí.
Al alejarse el caballero de mi vista, mis mariposas tomaron su lugar correspondiente y me pareció que por algún extraño motivo estaban amontonaditas como si tuvieran frió y habían dejado espacios vacíos en la cajita de cristal. Debo confesar que soy tan despistada que no me detuve a pensar que algo podía estar saliendo mal, así que seguí con mi vida y seguía sintiendo esas enormes ganas de verlo y sentir sus manos tocar las mías, era emocionante verlo a los ojos y ver como ellos tomaban prestados los colores de las alas de mis bellas mariposas, estar con él era extasiante.
Pero día a día sentía que algo me hacía falta al estar con él, sentía que estaba perdiendo esas emociones que me hacían creer enamorada. Un día cuando me di cuenta de que las cosas ya no estaban resultando, abrí mi cajita de cristal para contar a mis mariposas y me encontré con la sorpresa de que mis 500 mariposas se habían reducido a un limitado número de 8 mariposas tornasol, de esas mariposas que si no son rojas son naranjas, o violetas, azules o moradas, esas mariposas que confunden, que enloquecen, que fastidian, que no te dejan entender lo que estás sintiendo.
Entonces comprendí porque sentía que algo me hacía falta, entonces entendí porque no sabía lo que estaba sintiendo cuando estaba con él y sobretodo me quedó muy claro que durante este tiempo que no me detuve a contar, estaba dejando mariposas escapar al sonreirle y no obtener respuesta, al emocionarme con sus logros y no obtener los mios, dejaba mariposas escapar que me hacían sentir viva, porque no veía lo que estaba pasando a mi alrededor cuando entre sus ojos simplemente me perdía.
Decidí que lo mejor era dejar de confundirme, que era hora de dejarlas escapar a todas, que era tiempo de volver a ser yo y no la mitad de él, entonces abrí mi cajita de cristal y les abrí la puerta.
Era sorprendente verlas salir emocionadas, pero lo realmente excitante era aquella pequeña mariposa verde que aún se aferra a las paredes de mi caja y evita salir de cualquier modo, pues aunque he intentado empujarla, enviarle los fríos vientos más peligrosos y hacerla enojar para que ya no sienta nada cuando lo vea, ella sencillamente se niega, se abraza fuertemente a la fibras del vidrio rojo que me pertenece y del que quiero eliminarla, pues el sentimiento no es el mismo, pero gracias a mi última mariposa es que aún existe una llamita que me permite quererlo y que afortunadamente no me ciega cuando me pierdo entre sus ojos, yo aún lo quiero, pero ahora, también me quiero y amo a esa pequeña, verde, fuerte y hermosa mariposa. Mi última mariposa.